miércoles, julio 07, 2010

Completamente real


Se asegura que aquel fue en determinado momento el soltero más codiciado de Quillabamba, ciudad al filo de la selva salvaje. Medía casi dos metros y sonreía con extrema facilidad. Tal vez fue eso (su sonrisa) lo que sedujo a Vanesa, la reina de la primavera de la ciudad más próxima a las ruinas de Machu Picchu. Se dice que la naturaleza obliga a los mejores. El problema es que la naturaleza tiene una fijación con los genes. Y una tarde aquel hombre conoció el último día de su juventud cuando, al regresar a su hogar, descubrió que su mujer lo había abandonado dejándole únicamente el fruto de su amor.
Durante un tiempo el hombre colonizó todas las cantinas entregando a los pequeños a la vigilancia de parientes quizá benévolos. Con el desfile de los días, de las semanas, de los meses, aquel gigante comprendió que tenía que hacer algo, que el olvido no llegaría jamás, que la resignación le estaba prohibida. Viajó entonces hacia la cercana ciudad del Cusco. En una casita de San Sebastián ella convivía con un teniente de la Guardia Civil.
El hombre lloró. ¿Por qué me abandonaste? Éramos felices, dijo él. Te di mi apellido, mi plata. Nunca tanto nadie te amará.
Un par de semanas después el hombre entró violentamente a aquella casa infame y se apoderó de lo que era suyo. Ya en Quillabamba, Vanesa esperó vanamente que su guardia civil irrumpiese con ademanes eficaces. Sólo luego de varios años, y cuando ya los hijos sumaban cuatro, se volvió a repetir la escena infernal: el hombre entró a su casa cansado luego de una tediosa jornada de trabajo. El hombre dejó los dos brazos colgando a ambos lados.
Esta vez fue a buscarla a Arequipa donde, según le informaron los que siempre informan, la mujer vivía con un empleado del ministerio de agricultura. El hombre lloró también. Lloró amargamente. Finalmente, después de quince días, logró meter en el avión a su única esposa. Procrearon tres hijos más pero ella volvió a huir. Y él volvió a rescatarla. Cuando los hijos alcanzaron la suma de diez, la mujer finamente desapareció para siempre.

Ilustración: Patricia Rengifo.






viernes, junio 18, 2010

Amor eterno




Los amores eternos tienen un problema: son
Imposibles

El amor eterno anida en un trozo de la vida como anida el virus en
El sistema de la sangre

El misterio del amor eterno es un misterio sin solución
El misterio del amor eterno tiene su origen en que
Una fracción eterna de la vida
Es más potente que
El resto de la vida
Es más potente que
Los días apacibles
Es más potente que los logros inmensos de la civilización humana

Los amores que en la vida
Son atacados de pronto por un trozo eterno del amor
No se terminan
Nunca
Nunca
Aunque
Pueden morir
Es cierto
Mueren

Los amores eternos son demasiado eternos para ser completamente reales y
Un día cualquiera ella dice
Basta ya
Basta ya
O él se cansa de no saber seguir siendo feliz y
Bota espuma por la boca
O todo el mundo lucha contra el amor eterno porque el amor eterno es
Irracional
Antisocial
Absurdo
Una maldita maldición que le pasa a uno cuando está completamente enamorado
Un trozo peligroso que
Destroza vidas
Produce llantos
Y gritos
Y aullidos
Y hasta inventa las traiciones
Porque hay quien cree que el amor eterno es sólo un trozo de cristal
Y que es suficiente
Dejar caer el amor eterno
Para que estalle

Pero cuando el amor eterno se esfuma un día cualquiera
Pero cuando el amor eterno
Se hace invisible por la mañana o por la noche
Y parece que no fue nunca que
Nunca existió
Que el amor eterno
No existe en realidad que
Es una mentira que
Todo está apagado en el maldito tablero que
Todos aquellos actos salvajes
Los besos encendidos
Los himnos en medio de la cama
Todo eso
Todo eso
No fue nada
Sólo un extraño caso de enfermedad en el país
Una erupción, unos espasmos
Un cuadro clínico que se puede registrar en aparatos
Y que además
Tiene remedio
Sí, sí
Sólo hay que sofocar la fiebre con violentas inmersiones
Sólo hay que arrancar algo que está enterrado entre las venas
Y luego quemar los cuerpos
Alejarlos para siempre de la plaza
De las calles
De la casa
Para que por fin los días de paz regresen al hogar
Y todos podamos hacer nuestros deberes
Y tener hijos
Y hasta decir te amo
Sin vergüenza.

(Del libro: Canción de amor de un capitán de caballería para una prostituta pelirroja.Ediciones Santo Oficio. Lima 2002)

domingo, junio 06, 2010

Particulas elementales


Todo el mundo tiene una historia de amor archivada en alguna parte. Aquel sujeto caminaba despreocupadamente por un Mall cuando fue avistado por Lucía. En aquel entonces Lucía era una adolescente que usaba un uniforme escolar que se ajustaba excesivamente contra sus formas. Lucía paseaba por el Mall en compañía de 15 de sus amigas más cercanas. Cuando Lucía vio a Cornelius supo de una manera fulminante que estaba condenada a pasar el resto de su vida con ese tipo desgarbado. Lo observó con curiosidad y alarma y entonces comprendió que el amor de su vida podría perderse para siempre entre la multitud. Arrancó apresuradamente una hoja de su libro de geometría y garabateó algo. Avanzó precipitadamente y, agitada, le entregó el papel. Vivieron juntos 10 años hasta que una noche, de improviso, lo vio todo con desgarradora nitidez: Cornelius no era el hombre de su vida. Son cosas que ocurren. Lo que hoy es claro como el agua mañana no lo es tanto.
Foto: Akerman, Women from Antwerp.

jueves, mayo 13, 2010

Encuentro en Metropolis


En Berlín un editor del semanario Die Zeit recibió a Paula Félix-Didier con un ramo de peonías. Paula llevaba un simple DVD con ciertos fragmentos extraviados durante 8 décadas. Los responsables de anteriores restauraciones aguardaban impacientes, deseosos de acceder a la verdadera historia, la completa.
El asunto había empezado el 10 de enero de 1927 en el UFA-Palast, cuando se estrenó la gran obra de Fritz Lang. Metropolis había demandado un dispendio sin precedentes: 200,000 piezas de vestuario, 36,000 extras, 310 días y 60 noches en las que fluyeron más de 5 millones de Reichmarks. Luego de la espectacular premiere, sin embargo, los críticos casi no encontraron palabras amables. Incluso un ejecutivo, alarmado, exigió la supresión de aparentes instigaciones marxistas. Coincidentemente, los comunistas alzaron la voz para denunciar lo peligrosamente reaccionario del film. En ese momento se hicieron presentes los de Paramount Pictures, la distribuidora, y dictaron sentencia: Los 150 minutos del film tenían que ser mutilados.
Pero el tiempo hizo su trabajo y la torturada copia desprovista de un gran trozo de su esplendor probó ser fascinante. Ridley Scott y Stanley Kubrick, en su momento, se dejaron contaminar. En 1984 Giorgio Moroder se lanzó a la aventura de una restauración coloreada con la bizarra ambición de escoltar la música de Freddie Mercury y Bonnie Tyler. La colonización de la cultura popular continuó con videos para Madonna, para Pink Floyd y para todo Queen. Metropolis se consolidó como un mito.
Pero en algún rincón del mundo alguien se angustiaba. Pensaba que qué terrible. Lo que tendría que ser perfecto va por el mundo exhibiendo la cicatriz. Lo que podría galopar camina. Lo que podría alzar vuelo solo se eleva. Pensaba en qué pasaría en el mundo si todo lo que está incompleto fuese bendecido de pronto. Y eso fue lo que ocurrió. Pero no una vez sino dos. O quizá hasta tres.
Entre las 1200 personas que se habían agolpado en el teatro berlinés aquel lunes de 1927 estaba Adolfo Z. Wilson, gerente de la distribuidora Terra films, de la casi remota Argentina. Si hubiese vacilado solo un poco a la hora de comprar los derechos sin duda la historia hubiese sido mucho menos divertida. Pero lo que metió en su maleta fue lo que había concebido Fritz Lang.
No sabemos si los de Mendoza o Rosario se sintieron gratificados por las dos horas y media de sano esparcimiento, pero probablemente en Buenos Aires un Borges nada ciego aprovechó para armar un par de frases insanamente ingeniosas. Y luego, cuando ya tocaba la hora de olvidar, en aquellos tiempos, justo después de cumplir el ciclo de exhibición, las copias tenían que esfumarse en manos del exterminador. Esto engendró otra oportunidad para la buena estrella. El reputado crítico Manuel Peña Rodríguez salió de la sala de cine y sintió que era imprescindible comprometer a Wilson, tal vez con un regalo especial. Quizá algo exótico como una botella de buen pisco recién importado de la lejana Ica, en Perú. O más probablemente, mientras cortaba un bife de chorizo, fue Wilson el que abogó por la sobrevivencia de aquella obra maravillosamente inaudita, quizá tocada por el genio. La cosa es que de alguna manera los tres carretes terminaron en la colección privada de Peña, para ser ocasionalmente prestados al inevitable cinéfilo desaforado. Y así, con secreta perfección, sólo al fondo de Sudamérica refulgía lo casi perdido. Y únicamente varios lustros después, en 1960, se inició otro capítulo cuando, agobiado por un cáncer, el viejo crítico se vio en la urgencia de venderlo todo.
Los films nitrato de celulosa pueden inflamarse con prodigioso facilidad, pueden incluso explotar. Por esta razón el Fondo Nacional de las Artes ordenó que la copia original en 35 mm anteriormente poseída por Wilson fuese transferida a celuloide. Aquí, por desgracia, la suerte no hizo su mejor trabajo. Alguien tomó la inevitable decisión de degradar la calidad al optar por los 16 mm, sin duda con la idea de servir mejor a pequeños cine clubs. Tristemente el trabajo no resultó demasiado meticuloso, son testigos el polvo y los cabellos. Pero esa copia debe haber trajinado por abundantes y oscuras salas pequeñas e incomodas repletas siempre de jovenzuelos apasionados. Los cinéfilos son una especie sin par. Su devoción a veces se traduce en obsesión, y su obsesión con demasiada frecuencia deriva en una mutación de erudita arrogancia. Son así y así los quieren sus novias.
En algún momento en la recta final del siglo XX apareció en la escena otro Peña. Este, Fernando Peña, escuchó cierta noche que alguien se quejaba de lo infernal que a veces resultaba batirse con las viejas máquinas proyectoras que saltaban, se interrumpían, vibraban o se estremecían. Aquel malgeniado maquinista había soltado algo que quedó grabado en la zona de sombra. Dijo que lo terrible de Metrópolis es que obligaba a batallar “más de dos horas”. Peña consultó entonces su gastada enciclopedia del cine y le comunicó su inquietud a Paula Félix-Didier, su novia de ese momento. Desafortunadamente la burocracia enquistada y sabe Dios qué otras angustias no dejaron espacio para una certera pesquisa. Pero el asunto siguió reverberando hasta que en 2008, finalmente, Paula fue nombrada directora del Museo del Cine Pablo Ducrós. Sentada en su pequeño escritorio tomó el teléfono y marcó el de Peña. Y no les tomó demasiado trabajo encontrarla. Ahí estaba. En unas latas herrumbrosas. Bien catalogadita. Pero cantar victoria no fue tan fácil. Los alemanes no respondieron a los mails, y Fernando Peña tuvo que aprovechar un viaje a Madrid para conseguir el respaldo de un amigo con las exactas conexiones. Y solo entonces Paula pudo hacer el gran viaje con su tesoro. El arco narrativo de Metropolis había recobrado su forma original. Por fin.
Con el material rehabilitado el tono y el enfoque de Metropolis resultó sustancialmente alterado. El historiador alemán Martin Koerber asegura que se ha recuperado el balance de la historia, que el film armoniza muchos géneros, que es una épica sobre conflictos generacionales. Lo más curioso, dice, es que al final uno llega a la conclusión que el elemento de ciencia ficción tiene una importancia subordinada. En febrero, en el Festival de Berlín, se exhibió por fin la nueva copia con los 25 minutos extraviados. Se espera que a fines de este año esté disponible para los devotos la versión en DVD. Por fin.

martes, abril 27, 2010

El albur de los 1000˚


Algo de razón tiene Szyszlo cuando asegura que los escultores son excavadores, que son sujetos que van liberando a esos trozos terrícolas de todo lo que les sobra, hasta encontrar alguna forma perdida y esencial. Los volúmenes, la materia, lo palpablemente físico. La escultura enfrenta los misterios de todo lo que está azotado por las fuerzas regimentadas por Newton. O sea todo lo que configura lo aéreo, todo el soporte de lo incorpóreo de nuestro universo.
Conocí a Germán Rondón en los viejos tiempos. Recuerdo que a lo largo del día solía modelar figuras abominables creando estupefacción en las inmediaciones de la calle Rivero. No se si pretendía que aquello cobrase vida para apoderarse del mundo. Lo que si estoy seguro es que luego de esta primera etapa empezó a comprender que el arte busca ante todo derrotar a lo monstruoso, a lo caótico, revelando –a través de ese acto de síntesis llamado belleza- claves ocultas de lo angustiosamente sin forma. A partir de esa convicción sus obras empezaron a tornarse algo más estilizadas y en ese sentido su última individual en el ICPN de Arequipa representa un interesante paso adelante.
El misterio del trozo de arcilla es que contiene en forma latente todos los trozos de arcilla del universo y un poco más. Ese plus es lo que le había interesado siempre a Germán Rondón hasta que descubrió lo fascinante del material en estado bruto, de lo aún desprovisto de atributos. Eso lo ha conducido sin duda a purificar un tanto las formas de su trabajo consiguiendo, paradójicamente, una mayor precisión con la potencia de su misión. Porque si echamos una mirada retrospectiva comprobamos que lo que siempre lo inquietó fue el dilema, el cómo distinguir, dentro de los millones de formas posibles ya ensayadas por tantos, la forma precisa que llevaría su huella. Por eso ahora su aventura parece más armoniosa, y podemos imaginarlo, poseído siempre, pero más afinado, en esas horas de perfecta soledad antes de someter absolutamente todo al albur de los mil grados centígrados.

miércoles, noviembre 04, 2009

Entierro de Quintino


El que fuera ex alumno de la promoción 49 del Colegio Independencia Americana, recibió el último adiós de compañeros de colegio y de familiares de parte de su medio hermano Julio Fuentes Valdivia. Pasado el medio día de hoy fue sepultado Quintin Delgado Valdivia en el pabellón San Esteban del cementerio de la Apacheta, luego que falleciera el pasado domingo. En el velatorio del hospital Goyeneche se hizo presente su esposa Fernandina Teodocia Rodríguez Rodríguez, que lo abandonara luego que Quintino perdiera la memoria y de cobrar la indemnización de Enafer Perú, donde él trabajara hace más de 35 años. Hasta este mismo lugar se hicieron presentes algunas autoridades, entre ellos el ex alcalde Juan Manuel Guillén Benavides, compartiendo recuerdos del llamado dueño de Arequipa y del mundo. (El Pueblo, Arequipa, martes 25 de mayo de 2004). En "Cosas Infames (y otros textos)" Editorial Estruendomudo.

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...