lunes, octubre 12, 2009

Música para mirar chicas



UNO. Bajé la cabeza y lamí la sal del Pacífico mezclada con el fresco interior de sus muslos. Con las manos acunando sus caderas, la sostuve, la alcé como se alza un cáliz, mientras que con la lengua busqué el lugar, el punto, la precisa longitud de onda que la transportase a su verdadero hogar.
DOS. El florentino y platónico Marsilio Ficino pensaba que los impulsos de un verdadero amante no se sacian con la simple intensidad de las caricias, ya que no es el cuerpo lo que se desea, sino el esplendor que brilla a través de la carne, un esplendor que llena de asombro.
TRES. El clítoris es la madre del microchip, es junto con la retina y la membrana timpánica el triunfo de la evolución. Philip Roth asegura que los miles y miles de orgasmos que bailan en ese punto preciso conforman un gran testimonio de la existencia de Dios. Y argumenta: ¿Para qué necesitan joyas cuando tienen ESO? Y está ahí por ninguna razón más que por la razón por la que está ahí. No para que corra agua ni para diseminar utilitaria simiente. Concluye: Sin duda es un regalo del Hacedor, un ser generoso y con una auténtica debilidad por las damas.
CUATRO. La muy hispánica Penelope Cruz es ya la más cotizada actriz del continente europeo. Woody Allen, ese dirty old man, ha confesado que no le gusta verla de frente porque le resulta una experiencia inquietante. Almodovar, en cambio, dice que Penelope es extremadamente emocional, y que únicamente la caracterización de personajes le permite manejar algo que sería trágico para un simple ser unidimensional.
CINCO. Aunque parezca increíble según el viejo Kundera el arte de chapar no es patrimonio de la humanidad. Según le han contado, en china y en Japón la cultura erótica no conoce el beso con la boca abierta. El intercambio de salivas no sería, entonces, una fatalidad del erotismo, sino un capricho, una desviación, una cochinada específicamente occidental.
SEIS. Las actrices francesas tienen algo que las hace diferentes a sus colegas de otras latitudes. Tal vez se deba al extraño efecto producido por la fonética de su extraño idioma sobre la configuración de su postura.
SIETE. Aunque tal vez todo lo decisivo está en los ojos. La adulta consistencia de Isabelle Huppert se centra en la engañosa opacidad de su mirada. Audrey Tautou, en cambio, personifica la radiante fragilidad, con esos ojos empapados de luz matinal. Y mi favorita, Marion Cotillard, tan irresistiblemente Trilce.
OCHO. Francia en realidad es un país con identidad femenina y la mítica Marianne con su gorro frigio y sus pechos desnudos es su personificación. A nivel global fue Brigitte Bardot, que acaba de cumplir 75 años, quien consagró la idea que asocia a Francia con mujeres de femenina destreza. En 1956, en Y Dios creó a la mujer, un personaje, luego de contemplarla, se pregunta: ¿Es su culo una canción?
NUEVE. La siempre imprescindible Wikipedia en su entrada sobre el deleite informa: “con la mano también se puede conseguir placer”. Aclara: “por ejemplo rascándose”.
Ilustración: Nam June Paik.

domingo, octubre 04, 2009

El tiempo de Gastón


Esta semana la revista Time reporta sobre la exitosa campaña de la cocina peruana para conquistar el mundo (del apetito). Ver artículo aquí.

jueves, octubre 01, 2009

Extremos magnéticos



En algún momento una gitana del campo de concentración debe haberse asombrado contemplando la palma de ese niño polaco y judío. Seguramente le dijo que tenía marcado en su destino ser una víctima pero también un depredador. Que ese iba a resultar un signo trágico en su existencia. Afortunadamente Roman Polanski fue un niño muy avispado, incluso un prodigio, y dio un primer gran paso al encontrar la manera de librarse de la crueldad alemana. Su madre no tuvo tanta suerte. Pero está comprobado que las víctimas no se vuelven más sabias y más piadosas (ver Israel). Al contrario, aspiran a convertirse en cazadores, a tener el poder de importunar el destino de otros. Y Polanski, gracias a su desmesurado talento, se convirtió tempranamente en un “dueño del mundo”. Es por eso que cuando le dieron ganas de tirarse a una niña de 13 años no le importó recurrir al trago y a las drogas. Y cuando las resistencias estaban bajas, atacó con todo su apetito. Pero como suele suceder, un triunfo soberbio a veces no es más que el principio de una horrible derrota. Porque entonces empezó la gran persecución. Un acoso que se extiende ya por varias décadas. Pero el año pasado Polanski había estado pensando que tal vez por fin había llegado la hora de detener la terrible dinámica y que, ya anciano, podría apartar para siempre a sus cazadores. El 2008 Marina Zenovich había presentado “Roman Polanski: Wanted and Desired”, un documental emitido por HBO, que fue considerado bastante favorable a su causa. Ahí se intentaba desacreditar al juez que llevó el juicio. Este triunfo frente a la opinión pública aparentemente reanimó las viejas ilusiones de Polanski de volver a tomar el sol en California. Pero ya se sabe, así como no hay mal que por bien no venga, con frecuencia no hay bien que por mal no venga. Y, como dice Robert Harris en el NYT, a las autoridades no les gusta que las critiquen. En eso debe estar pensando ahora, en su pequeña celda extrañamente inmaculada.

lunes, septiembre 28, 2009

¿Es esto ser una persona?

Había esperado demasiado sentada en el estúpido sillón mientras el editor regresaba de almorzar. Y al final recibió solo unos billetes. Y entonces salió de la oficina echando chispas. Y justo en la esquina lanzó todo al primer mendigo. Lo más importante de Clarice era su mirada estremecedora. La cultivaba, la adiestraba, la domaba. Gregory Rabassa, su traductor, dijo en memorable ocasión que ella era rara, que era como si Marlene Dietrich se dedicase a escribir como Virginia Woolf. Cuando escuchó eso Clarice enrojeció. Ardieron sus ojos perfectamente almendrados. Su boca llena y jugosa se congeló. No había leído jamás a Virginia Woolf. El Dios de Clarice era el lenguaje, eso que sirve para iluminar el yo. Su tema era el avisoramiento. Y, siguiendo el maravilloso panteísmo de Spinoza, sabía que el abismo se refleja en los ojos de un gato. Lorrie Moore afirmaba que Clarice era una posmodernista de alguna clase. Decía que en sus textos vibra una inteligencia efervescente que a veces gira hacia la histeria, pero que justo al filo se contiene y se desmaya en un aforismo. Decía que ella es terriblemente graciosa aunque sus exégetas no parecen notarlo. En Francia (donde algunos aseguran que llamarla novelista es como considerar dramaturgo a Platón) Clarice se convirtió instantáneamente en objeto de culto de los deconstruccionistas. La escritora y crítica Hélène Cixous le tenía tan copiosa devoción que apoyó un gran coloquio. Pero Clarice abandonó la mesa realmente temprano. Se fue a su casa y se tragó un pollo entero. Estaba rabiosa. No entendía una palabra de lo que decían aquellos profesores. ¿Soy un monstruo o esto es ser una persona?, pensó. Ella que había apaciguado tan trabajosamente a la vida. Ella que había cuidado tanto que nada estallara. Que había mantenido todo en serena comprensión, separando una persona de las otras. Sabiendo que las ropas estaban claramente hechas para ser usadas. Que todo estaba hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Aunque a veces, sólo a veces, algo, incluso un ciego masticando un chicle, le rompiera los parámetros, la lanzara más allá del abecedario, hacia el alargado umbral de lo inconmensurable. Amar a los demás es tan vasto que incluye hasta el perdón para mí misma, pensó, mientras contemplaba el círculo incandescente que se hundía en el horizonte de Ipanema. Hay varias formas que significan ver, se dijo, casi en voz alta. Es hacia mí hacia donde voy, repitió, como una letanía. Y de mí salgo para ver. Los hechos son sonoros, pero entre los hechos hay un susurro. Ese susurro es lo que me impresiona. 

En el otoño de 1967 un departamento se incendió en pleno Brasil. Clarice Lispector se había quedado dormida con el cigarrillo entre los dedos. Meses después escribió en su columna de un diario: Cuando me sacaron los puntos de entre los dedos de la mano operada grité. Solté gritos de cólera. Pero no fui tonta. Aproveché el dolor y grité por el pasado y por el presente. Grité hasta por el futuro.



lunes, septiembre 14, 2009

Ningún lugar


Con el lento paso de las generaciones los individuos forman una constelación de referencias que dan densidad a su historia personal. Con cíclica perseverancia, para millones, estas raíces han sido arrancadas de cuajo. Para llegar a su meta los migrantes tienen que atravesar barreras sicológicas, morales y geográficas creando espacio para lo extraordinario. Por eso el violento drama de las oleadas migratorias que se multiplican desde el siglo pasado no ha sido ignorado por el cine. Sus penurias, su angustia y soledad, han sido abordados en clásicos contundentes como The grapes of wrath (1940) del superlativo John Ford. En cambio Jim Jarmusch en su Stranger Than Paradise (1984) retrata la otra cara, con unos jóvenes que prefieren enfocarse en la desbordante libertad que genera la perdida de raíces. Pero probablemente la más recordada imagen del inmigrante es la llegada del niño Vito Corleone a Ellis Island, en El Padrino II de Coppola, dando inicio a la marcha cadenciosa de una revancha emblemática. Y en Europa, cuya xenofobia rechaza ahora a los hijos de los que antes sometió, el tema también ha empezado a interesar, destacando la obra de Fatih Akin, alemán de origen turco, que asume el tema desde dentro, con imaginación y destreza. Pero para mi gusto la cinta más rotunda es Nuovomondo (2006), del italiano Emanuele Crialese, por su frontal perspectiva visual, por su manera de distinguir el fulgor de lo individual en las apretujadas formas de un acontecimiento masivo e histórico.
En el ámbito de lo hispánico el asunto recién consiguió cierta consagración con El Norte (1983), de Gregory Nava. Si bien esta película tiene la ambición de abarcar el completo arco dramático, su visión es algo acartonada, con esa inevitable porción de melodrama. Más recientemente se ha podido ver La misma luna (2007) de Patricia Riggen, con Kate del Castillo (que exhibió un enorme talento hace muy poco al lado de Tilda Swinton). Ésta suma al esquema sentimental unos toques de comedia usando el viejo truco del cínico desencantado versus pura vida. En lo que respecta a Sudamérica es extremadamente recordable el retrato del “recién bajadito” que hace Adrian Caetano en Bolivia (2001).
Desde que los hispanos se han convertido oficialmente en la primera minoría de USA el tema ya está listo para salir del ghetto. De la mano del cada vez más institucional Festival de Sundance, este año ha conseguido bastante aceptación Sin nombre, de Cary Fukunaga. Esta historia de amor entre un Mara Salvatrucha condenado y una chica que huye de la pobreza se desenvuelve en la peligrosa ruta a la frontera. El poderoso y ciego tren sobre el que se aferran las frágiles existencias de los miserables crea perspectiva. Un tren que avanza picoteado por facinerosos y por los diversos nombres de la adversidad. Pero a pesar de los logros visuales (las escenas nocturnas con sus terribles énfasis) la cinta no es completamente convincente. Tal vez su error está en el guión, que opta por algunos clichés dramáticos. El ambiente violento que corrompe a los inocentes, el resentimiento por la familia quebrada, el amor que impulsa a la redención de los villanos, son temas buenos para telenovela, pero banalizan esta historia que contrapone la esperanza con lo agónico. Sospecho que el gran cine latinoamericano no se hará hasta que le retorzamos el cuello al cisne de nuestros engañosos arquetipos. Tal vez nuestra conciencia está tan fragmentada que tenemos dificultades para ver la complejidad del hombre sin esas etiquetas.
Foto: Bruce Davidson.

sábado, septiembre 12, 2009

El viejo y el niño


El mariscal de campo B. Montgomery fue a dar una charla a un colegio. Al cabo de un buen rato se dio cuenta de que un niño se había dormido. Empezó a gritar. ¡Profesor! ¡Castíguelo! ¡Castíguelo! El niño se despertó por los gritos. Montgomery dijo: "Empezaré desde el principio".
Ilustración: Bochner.

miércoles, septiembre 02, 2009

Serendipity


Raymond Carver se caracterizaba por sus frases cortas, por un vocabulario sin complicaciones, pero especialmente por el ocultamiento del dato central, sin duda con la intención de implantar un tic tac explosivo en la imaginación del lector. Su tono abrupto y elíptico intoxicó a la literatura durante por lo menos un par de décadas hasta un punto en que sólo los despistados no lo incluían en su lista de favoritos. La gran sorpresa surgió cuando el editor Gordon Lish reclamó gran parte del crédito. Con papeles en mano se demostró que antes de llegar a la imprenta las páginas de Carver fueron recortadas hasta en un setenta por ciento. Muchos fanáticos se negaron a creerlo, pero otros, escritores geniales sin éxito, más pragmáticos, lamentaron no tener a un Gordon Lish a la mano. Pero Tess Gallagher, la leal esposa, no se traga esos asuntos. Y si bien reconoce los hechos, sostiene que la versión original, menos castigada, es la verdadera. La mucho más verdadera. Y para demostrarlo, en octubre, la Library of America publicará Beginners, más de mil páginas que intentan ser definitivas. Pero puede que estas buenas intenciones solo dejen en claro que si antes el peor enemigo de Carver era él mismo, tal vez ahora lo sea su viuda. Porque muchas veces las grandes obras maestras son producto de algo más que el talento de un solo individuo.

martes, septiembre 01, 2009

Superioridad moral


Recién ha aparecido el DVD de Katyn, la película de Andrzej Wajda sobre el asesinato de 22,000 polacos durante la Segunda Guerra Mundial (donde murió el propio padre de Wajda). La versión oficial apuntaba a los sanguinarios alemanes. Pero hacia fines del siglo XX, al caer el régimen comunista, surgieron documentos que probaban que el autor intelectual fue Stalin. Triste destino el de estos polacos que consiguieron esquivar al salvaje Hitler sólo para caer en las manos de un régimen que se jactaba de su idealismo. Aparentemente la única superioridad moral que exhibieron los soviéticos fue la de conceder la muerte fulminante de una bala en la coronilla.

sábado, agosto 29, 2009

Rubem Fonseca: Querer vivir es tan extraño como querer morir













Rubem Fonseca, el narrador de mayor proyección del Brasil contemporáneo, escribe historias de intriga policial en una prosa sencilla, eficiente, de asumida vocación menor. Sin embargo, en esas historias de frases cortas, de diseño frontal, se revela un universo en el que se avizora un filo trágico, vibrante, que hecha una aguda mirada a la gestualidad de la existencia, que interroga a las pulsiones del amor sexual, que estudia con fascinación la artesanía de los homicidas y el silencio final de las víctimas. Y en muchos de sus relatos, quizá en todos, la piedad se alza como una luz casi impertinente, no tanto como el despertar de la esperanza sino únicamente como terca lucidez de solitario.

El discreto agente
De la vida de Rubem Fonseca no se sabe mucho. Nació en 1925 en Juiz de Fora, estado de Minais Gerais, aunque desde los siete años ha residido en Río de Janeiro, cuyas calles suelen ser el campo de las torcidas intrigas de su obra. En 1948 se graduó en derecho penal, y luego estudió administración en la Fundación Getulio Vargas, y en las universidades de Nueva York y Boston. Se sabe que ha trabajado para la policía y, según fuentes que prefieren conservar el anonimato, en cierta ocasión fue incluso agente encubierto. En 1963 , a los treinta y ocho años, publicó Los Prisioneros, un libro de relatos que ya mostraba su talento para las historias cortas. Dos años después obtuvo el premio PEN Club de Brasil por El collar de Perro, y en 1970 su libro El Cobrador fue galardonado por la asociación de críticos de Sao Paulo, lo cual lo dio a conocer más allá de las fronteras de su país. Pero fue en 1973, con la críticamente aclamada novela El Caso Morel, que su fama se consolidó. El incidente de la intervención policial sobre la edición sirvió únicamente para llevar su nombre a titulares de la prensa y, para convertirlo en un autor ampliamente reconocido por la opinión pública. En 1983, con la publicación de El Gran Arte, que pronto fue traducida a los principales idiomas, y luego llevada al cine, consiguió ubicarse en un nivel protagónico en el ámbito internacional, como un auténtico autor de culto.
Fonseca también ha sido profesor universitario, periodista, crítico de cine y guionista. En 1990 publicó Agosto que transcurre durante los últimos días de la dictadura de Getúlio Vargas, y que incursiona con visibles ambiciones en la novela de aliento mayor, aunque sin lograr superar la contundencia de sus novelas cortas. A pesar de su creciente celebridad internacional no concede entrevistas, ni asiste a congresos, y sólo permite que una vieja foto se reimprima en la solapa de sus libros, que, en general, giran en torno a una intriga policial.

La cacería
A fines de los setenta y principios de los ochenta la llamada novela negra norteamericana se convirtió en artículo de moda, entre escritores y lectores de Latinoamérica. Muchos vieron en la opción una vuelta a las raíces, ya que se trataba de utilizar una trama con incidentes extraordinarios, en oposición a la tendencia que exaltaba los conflictos de la vida interior, o los dramáticos matices de la vida cotidiana. Los recorridos, las indagaciones para desenmascarar a un criminal, se mostraron apasionantemente adecuados para revelar la pirámide de corrupción que está plantada en el centro mismo de la sociedad urbana contemporánea. El lector focaliza en los excitantes efectos de la relojería del suspenso mientras, en el trasfondo, es impactado por el dramático paisaje donde el artero predador destroza la vida de los incautos. Un esquema ideal para acceder al éxito de librerías, y simultáneamente, cumplir con las inquietudes sociales y existenciales. Y en esto Rubem Fonseca ha demostrado hacer un trabajo con una malévola maestría que no tiene equivalente en ningún otro autor en esta parte del mundo. Su versatilidad formal le ha permitido pasar del clásico registro de la novela realista como en Agosto, hasta el muy estilizado manejo de los planteamientos narrativos característico de sus relatos y novelas cortas (ejemplo Desde el fondo del mundo prostituto sólo amores guardé para mi puro). La rapidez de su prosa, con diálogos directos, precisos, trabaja en ajustado contrapunto sobre historias con frecuencia truculentas y personajes desbordados. Su regla parece ser “mientras más cochinadas en el cuarto, más etiqueta y discreción en el salón”.


Cantos de amor y muerte
La danza de Eros y Tánathos ha hecho correr, entre otras cosas, ríos de tinta. Pero en los argumentos literarios ofrece unas prestaciones impagables. Para tensar una historia, para recobrar el estremecimiento ante el gastado asunto de alguien que ama, o de alguien que muere, no hay nada como hacer que las vibraciones de uno y otro entren en dramática colisión. Es una modalidad radical del climax y anticlímax. La luz se hace más aguda y la oscuridad más grave. Las fuerzas en juego impulsan a los participantes hacia sitios más ardientes que los reconocidos por el sentido común. Todos los pervertidos conocen esa ley universal, y en todo escritor hay algo de pervertido. Probablemente el rasgo característico de Rubem Fonseca, lo que lo hace entrañable y adictivo, son sus personajes que parecen estar buscando algo más que la solución o ejecución de un buen crimen. Uno diría que éstos buscan alguna verdad detrás de los rutinarios eventos de la ilusión o del dolor, de las circunvoluciones del bien y del mal. Es especialmente memorable el sicario esteticista de El Gran Arte, que ha profundizado en la poética del cuchillo, en las posibilidades del acero afilado sobre la masa orgánica del ser humano. O el irreductible agente Alberto Matos de Agosto, que trajina entre la miseria armado de pastillas antiácidas con la mirada en un punto más allá de lo visible. O el casi absurdo escritor de Del fondo del mundo prostituto... que se distrae de una amenaza mortal con charla ingeniosa, que sólo ilustra su frustrado afán por alguna trascendencia.
Todos son personajes que a pesar de ser almas perdidas conservan una mística nostalgia por lo verdadero. Y esto es seguramente lo que hace de Rubem Fonseca un escritor que se diferencia de los irremediablemente desencantados personajes de la gran novela negra norteamericana. A su manera, en Fonseca resplandece la singular lujuria o vitalidad del inmenso e inescrutable Brasil. Su ilusión y su tragedia.
(Fonseca está en Lima. Hace tiempo publiqué en Somos este texto.)
Ilustración: Grosz.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...