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domingo, marzo 12, 2023

Apócrifo Tokarczuk



Obligan a toda persona a sentarse

La marcan con la dirección de su domicilio

DNI, número de contacto,  firma y huella

Ponen los códigos de barras

Estampan los QR

Que se sepa qué mercancía es ésta 

Que se sepa cuánto cuesta

Oficinas, instituciones, sellos, jerarquías, cargos

Circulares

Desestimaciones, solicitudes, pasaportes 

Tarjetas de crédito, de descuento, de débito 

Ofertas que duran una hora

Acumulación de puntos 

Todo lo recopilado en hojas de cálculo

Todo lo inscrito en registros

Todo lo numerado, anotado, autenticado

Todo lo acumulado, expuesto, etiquetado 

Y todo quiere que dejes en paz esa tu vibración 

Tu oscilación, tu temblor, tu agitación

Tu trepidación, tu meneo, tu convulsión 

Tu estremecimiento

Esa mano tuya que se agita

Esa boca que se crispa

Y todo quiere detenernos

Autoayudarnos 

Darnos fé 

Decirnos el sentido

Casas, camas, sillones 

Botellas, vasos, platos 

El sembrar, el plantar

El  estar pendiente de las notas autoadhesivas

El googlear a toda hora

El reír con los chistes de la inteligencia artificial

El vigilar

El hacer planes, el esperar resultados

El consultar horarios

Todo nos señala un lugar específico

Un sitio seguro e incluso bien iluminado

Por eso, cría a tus hijos, ya que insensatamente los has parido

Por eso entierra a tus padres, ya que insensatamente te trajeron al mundo

Y  haz algo 

Mueve los brazos sin ritmo alguno

Haz ruido con la boca

Lanza un carajo que suba hasta lo alto del edificio

Aléjate

Lárgate

Ve más allá del alcance de su aliento

De sus cables y cordajes

De sus antenas 

Aléjate lo más posible de sus sensibles instrumentos

Y olvida todo

Olvida todo lo que es útil y lánzate a las calles


lunes, febrero 02, 2009

El fugitivo




Cuando en 1990 Christopher McCandless terminó la universidad su viejo decidió premiar el brillante puntaje con un poderosísimo cero kilómetros. Pero el pata no solo no mostró entusiasmo, sino que los 25 mil dólares que tenía ahorrados fueron entregados sin mayor ceremonia para obras de caridad. Luego agarró su mochila. Un par de años después fue localizado en una agreste montaña de Alaska. Entre sus flacos dedos muertos (claro) estaba un cuaderno repleto. Algunos dijeron que era un chiflado irresponsable. Otros lo vieron como un valiente buscador de “lo verdadero”. La historia fue contada primero en una revista. Luego en un libro. Inevitablemente vino la película (Into the wild, de Sean Penn). En estos días el lugar donde el buen Christopher sucumbió de inanición es meta de devotos peregrinos.
Tengo sentimientos encontrados con los fugitivos de la sociedad. Y es que en los años setenta creo que hasta yo barajé la posibilidad de buscar un rincón perdido para fundar un mundo nuevo. Pero luego se precipitaron los muy ideológicos años ochenta. Y las ganas de un mundo justo, fresco y limpio se resolvieron en un enojo institucionalizado. Los movimientos contraculturales postergaron sus (primaverales) apetitos por la urgencia de combatir las (aborrecidas) estructuras sociales, y se polarizaron todas las tendencias, se radicalizaron. Tiempos (violentamente) pragmáticos.
Pero la ilusión de mantenerse al margen de las ambiciones hegemónicas sobrevivía entre algunos rugosos exhippies. Esos estaban siempre, en su rincón, con sus carbones ardientes. Uno siempre podía sentirse (algo) culpable antes estos apóstoles. Y es que lo que resulta admirable de los fugitivos de la sociedad es la desarmante consecuencia. Ya que a diferencia de los otros contraculturales (que usualmente disfrutan “provisionalmente” de las imposturas e hipocresía de la sociedad sin excesiva vergüenza) estos sí experimentan su utopía. Estos llegan, fundan, reinan, pontifican, procrean. Este tipo de persona rechaza de plano el juego de disfraces que inevitablemente tenemos que usar todos los ciudadanos, y se atreve a hacer lo que le da la gana, a vivir a su aire, a mantenerse ajeno a las mezquinas obsesiones. Buscan en lo arcaico, en lo tribal, escarban en la nostalgia de la alborada. Los grandes individualistas emiten además feromonas con extraña agresividad. Esto le permite un éxito fulminante a la hora de establecer sus clanes, de hacer sus nuevas fundaciones. Pero por desgracia la apuesta por el instante, por el presente, por el día a día, los condena fatalmente a lo efímero. Pero lo peor no es eso. Estos héroes solitarios muy a menudo configuran cuadros de fastidioso narcisismo. Y es así como al final resulta curioso la manera en que estos enemigos de las imposiciones del sistema capitalista, derivan con asombrosa facilidad a formas básicas de la monarquía. Esto, a la larga, los convierte también (como otros tipos de “revolucionarios”) en inconscientes reproductores de nuevas formas de lo que antes abominaban.
Así pues, todos los potenciales fugitivos de este sucio mundo no parecen tener la cosa fácil. La simpatía por “lo otro”, por “lo alternativo” a veces nos conduce a una aventura que desemboca en el terrible descubrimiento que lo venenoso de nuestras costumbres tiende a remedarse en las más inocuas situaciones. Y quizá ese McCandless, ese impecable solitario, rey y soberano solo de sí mismo, demostró (solamente) que la revolución en estado puro ocurre en un destello, en una epifanía. Y que el resto no es silencio.

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...