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viernes, septiembre 28, 2018

El cepillo de dientes, el horno y el teléfono estridente



Una mañana fui testigo de la absoluta incapacidad de don Pepe para mentir. Estábamos conversando cuando se le acercó una persona que, luego de una corta introducción, intentó comprometerlo para una reunión de viernes por la noche. El poeta, con impecable amabilidad, le informó que por desgracia le era imposible aceptar. El otro, renuente a soportar un no, le preguntó que por qué, que si tenía un compromiso ineludible. El bardo tan barbado, fijando la mirada en la punta de su zapato, dijo: Es que voy a viajar. Ah, replicó el otro, ¿Te vas a Europa, Pepito? Sí, contestó José Ruiz Rosas, viajo a Europa para la navidad. Aquel amigo, entonces, se alejó perplejo. Yo miré al poeta y pensé recordarle que recién estábamos en mayo, pero no dije nada, tal vez no le gustaba preparar sus maletas a última hora.

Hay ocasiones, sin embargo, en las que todos somos capaces de mentir. Pero no don Pepe. Cierto día, en el que el fenómeno de la nevada empezaba a crisparle los nervios, el teléfono empezó a timbrar con estrépito. Don Pepe gritó a Ximena: ¡Si es a mí di que he salido! Y con rápidos pasos abrió la puerta de calle y se paró en la vereda. Desde ahí vigiló a su hija y al teléfono y, cuando ésta colgó el aparato, volvió a entrar a su casa y seguió con la lectura de un tomito de Francisco de Quevedo.

Don Pepe como todo escritor, disfrutaba mucho escribiendo. Pero no solo poemas. Solía escribir carteles que distribuía por la casa. Cuenta Gloria Sanz que una tarde fue a tomar té con María Teresa y ésta le dijo que acababan de comprar un pequeño horno para calentar el pan. Al acercarse vio una nota adherida a la puerta: “Por favor, manejar con cuidado este altar temporal”.
En otra ocasión, en el baño, alguien encontró otro cartel pegado a la mayólica: “A quien corresponda: el cepillo de dientes es de uso personal”.


Una mañana en que estaba trabajando arduamente sonó el teléfono. Era don Pepe, que sin mayor preámbulo me preguntó si yo tenía problemas con la vista. Vacilando le conté que usaba lentes desde la universidad y que aparte de la miopía me las arreglaba bastante bien. Algo desconcertado, pregunté: ¿Hay algún problema? No, dijo don Pepe, es que estaba pensando en su apellido: Cha no ve. Y colgó.


Ilustración: José Ruiz Rosas por Luis Pantigoso.

lunes, octubre 09, 2017

Examen final





Esa mañana habían entregado las notas finales en el Max Uhle. El temor que lo había atenazado los últimos días se había cimentado. Ahora sufría un estado desconocido. Su cabeza giraba vertiginosamente cuando empujó la puerta del comedor y vio a su padre tomando una sopa de fideos. Se lanzó hacia él sin poder reprimir las lágrimas y dejó escapar un grito o aullido: ¡Voy a repetir! ¡He perdido el año! Su padre lo contempló con esa mirada siempre nocturna. Le tocó la cabeza: No te preocupes, hijo, todos los años se pierden. En ese instante aquel niño de once años sufrió la primera mutación de su larga vida.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...