miércoles, diciembre 26, 2018

Esta perpetua inminencia del futuro



Hasta el siglo XX era natural que una generación pudiese disfrutar de largos años de estabilidad entre época de cambios. En el nuevo siglo la estabilidad raramente se extiende más allá de algunos meses. Hasta el siglo XX la estabilidad se amoblaba acumulando cosas que duraban mucho tiempo: libros, discos, cámaras fotográficas, hermosas máquinas de escribir. Hoy ese acopio produce frustración porque el material coleccionado solo puede ser consumido parcialmente antes de ser reemplazado. Los de las generaciones anteriores provenimos de la escasez endémica. Hoy vivimos en una época donde el tránsito es el estado natural y la estabilidad es la excepción: eso exige una actitud mental extremadamente flexible y una vocación por el vértigo.
Las sorprendentemente agresivas campañas por la revaloración de las tradiciones que aderezan estos tiempos no son otra cosa que la nostalgia por la perdida estabilidad. A pesar de que a primera vista las ensoñaciones medievales que combaten todo lo novedoso resultan paradójicas en este siglo tan superado, una mirada más atenta hace visible su dramática coherencia. La desesperación por la vuelta al pasado es un impulso primario y hasta estúpido, pero encuentra una explicación ante la ya patológica dificultad para encontrar algo de estabilidad. Porque la adictiva excitación por la novedad no elimina la angustia por un tiempo presente demasiado fugaz, por una perpetua inminencia del futuro. Tenemos que reconocerlo: más allá de nuestra juvenil voracidad, en lo más hondo, lo que ansiamos es un momento de silencio. Un largo momento en el que todo esté tan equilibrado que no se mueva. Un instante que parezca el definitivo. La tan antigua y mítica añoranza por el cero absoluto.
Ilustración: Carlos Runcie Tanaka.

martes, diciembre 18, 2018

La cruel filosofía de olvidarte


Hubo un tiempo en que una hermosa forma de vivir consistía en engordar la biblioteca personal. Uno merodeaba por las librerías y luego regresaba a la casa sintiéndose poderoso. Ese júbilo, sin embargo, no era demasiado virtuoso. Todo lector tiene algo de cazador. Leer es una forma de vivir. Leer tiene algo en común con el amor, porque nos permite salir de la prisión (del ser). Transformar nuestra geografía interior. Por eso la alegría del lector es con frecuencia un tanto expansiva. Y no es raro que este mencione, a quien pueda interesarle, los párrafos que ha subrayado, los hallazgos, las inflexiones, la experiencia con las páginas finales. Declama, incluso, algunas citas que laboriosamente ha copiado en una base de datos. Cosas no necesariamente admirables, pero que le han llamado la atención por su sonido, por la distribución de las palabras, o simplemente por algún giro desconcertante. Y de esta manera, poco a poco, mes a mes, año a año, las paredes de su sitio se van llenando de libros muy sobados.

Pero los libros no lo son todo. El lector suele amar también la música y el cine. En los viejos tiempos era complicado conseguir cualquier cosa. Pero con el desembarco de la era digital llegó la gloriosa hora de la replicación. Eso trajo algo trascendental: la posibilidad de acopiar casi todo con lo que alguna vez habíamos soñado. Y entonces los discos duros empezaron a henchirse (con música, con películas, con libros). ¿El paraíso? Sin embargo ocurre que todas esas gigas repletas resultan ahora algo irrelevantes. ¿Para qué escarbar en nuestros archivos si podemos escuchar lo que nos dé la gana en sitios como Spotify y ver lo que necesitamos en Netflix y sitios de descarga? Lo que queda claro es que, tristemente, ya no podemos relamernos con el simple placer del avaro que cada noche repasa sus tesoros.
Con los libros ocurre algo incluso más chocante. Los libros, la biblioteca personal, han sido siempre sagrados. Incluso los que no leen los mencionan entre las cosas simbólicamente venerables. Recuerdo que un tío cada semana solía comprar religiosamente un tomo precisando que eran para su jubilación. Toda la inquietud y todos los sueños de su vida se levantaban con la esperanza de alcanzar el merecido descanso rodeado de perfectas provisiones. Por eso cuando ahora se habla de la muerte del libro el escándalo parece mayor. Pero el libro no solo no está muriendo sino está experimentando un fenómeno similar al de la música y el cine. Nunca antes en la historia, gracias a los formatos digitales, ha sido tan grande la cantidad de libros (y fotografía y música y pintura y cine) disponibles. Pero ahora su física posesión se ha vuelto irrelevante. Eso, sin duda, es una pena para los que amorosamente habíamos forjado una respetable biblioteca personal: ya no podremos encontrar la paz (si es que existe alguna paz en el universo) apaciblemente confortados por el testimonio físico de los estantes repletos.




lunes, diciembre 10, 2018

Dios es el más popular (de los personajes literarios)



La razón por la que la mayor parte de la humanidad profesa alguna fe religiosa es porque la religión es el más poderoso de los recursos terapéuticos presuntamente gratuitos. Si te hace bien inventar una historia para no sentirte desamparado frente a todo lo inexplicable, ¿quién soy yo para denunciarte? El fundamentalismo, sin embargo, se da cuando los fieles devotos tergiversan la terapia convirtiéndola en instrumento de una peligrosa simplificación donde todo está en blanco y negro, y todo está maravillosamente resuelto. El fundamentalismo cree que existe la certeza absoluta y eso es algo objetivamente anclado en la zona del delirio. Quieren que todos piensen como ellos. Quieren responder todas las interrogantes con las visiones de su mente afiebrada. Ciertamente vivimos angustiados por la necesidad de respuestas, por eso las inventamos, pero parece saludable no dejarnos embaucar por nuestras propias mentiras. Si alguien me pregunta me atrevería a decir que el único indicio de lo absoluto que hay en lo humano es eso que tenemos en la punta de la lengua.
Harold Bloom aseguraba que el primer genio literario fue una mujer llamada Betsabé. Sugiere que fue ella la que escribió los tres primeros libros de la biblia (Génesis, Éxodo y Números) y que su retrato del Dios llamado Yahvé es apasionante por contradictorio y caprichoso. Sugiere que miles de millones de personas seguidoras de las tres principales religiones han adorado y continúan adorando a un personaje literario. Si seguimos esta tentadora línea de pensamiento podríamos fácilmente llegar a la conclusión de que la ficción es una actividad consustancial a lo humano. Ficcionalizar es una manera de entender lo que no entendemos. Bloom asegura que una obra maestra nos hace sentirnos extraños en nuestro propia casa. Es decir que afecta la idea de lo que es nuestra propia casa, no aleja de la certeza y nos ubica una vez más en la zona del asombro, y ese asombro es evidencia de una espacio mayor, un lugar que contiene todo lo que no entendemos. Resulta entonces que nuestro hogar era más grande de lo que pensábamos.

miércoles, diciembre 05, 2018

¿Se gana mucho dinero con la poesía?



Como es de conocimiento público la actividad de poeta no ofrece abundantes beneficios. Simplemente no hay dinero de por medio. Por otro lado, la embriaguez de poder es imposible, porque nadie acata ordenes del género lírico. Lo que si parecen apreciar los bardos es la bendita fama. Y eso tiene sentido ya que el viejo Woody asegura que la masturbación es legítima, porque es sexo con alguien que uno ama.
¿Pero qué piensan los poetas en su lecho de muerte? ¿Valió la pena ser clasificado con los demás monstruos de la sociedad? ¿Escribir EL POEMA es la meta que lo justifica todo? No creo. Especialmente porque la verdad es que a pesar de lo que afirman los optimistas nunca nadie ha escrito EL POEMA. Los grandes poetas se han acercado, es cierto, pero es imposible triunfar en la profesión de poeta. Especialmente porque la poesía no es una profesión. La poesía es una aventura. ¿Dónde está entonces la felicidad de los poetas? Algunos piensan que son como esos pastorcitos que vieron a la virgen y que cada nuevo día se avivan con la esperanza de volver a ser bendecidos. Tal vez. Pero lo que si parece claro es que la emoción es lo interesante en este arduo oficio. O sea la dicha está no tanto en el poema final, sino en el ejercicio de la cotidiana caligrafía tratando de hilvanar alguna expresión valedera ante todo ese pasmo. Porque no se puede ser poeta a ratos. Aunque a ratos no se puede ser poeta.

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...