viernes, julio 06, 2007

Surfeando en Tingo


A la hora de la introspección uno suele toparse con una discordancia del yo francamente traumática. Y es que nuestro yo global -ese que se nutre de imágenes de los medios, de la industria del entretenimiento, de la creación artística-, suele apabullar a nuestro yo doméstico, a nuestro yo de simples hombres viviendo pequeñas circunstancias. Porque ahora todas nuestras fantasías parecieran estar configuradas de una manera que ignora las particularidades de nuestra remota provincia. Y ocurre que a estas alturas uno podría llegar a la convicción que en un nivel escalofriantemente trascendente no somos lo que concretamente somos sino lo que imaginamos que somos. Por eso en los tiempos que corren es de vital importancia mirarse a sí mismos y recrearse constantemente, pero tratando de hacer una plausible conexión entre los dos niveles de nuestro imaginario. Un pueblo que se novelisa, que se poetisa, que se pinta, que se musicaliza es un pueblo en un saludable proceso de conciencia de sí mismo. Vivimos en una cultura con una creciente y regocijada dosis de mitomanía. Y este virtual estado de enajenación es tan ecuménico que en cierto modo se ha convertido ya en la “verdadera realidad” para la especie humana. No estoy tan seguro (como los ideólogos ruidosamente clamaban en los setenta) que esta locura sea la causa de nuestra ruina final. Tal vez no sea otra cosa que la insólita ruta que le toca a la especie humana. Tal vez no estamos signados por nuestra racionalidad sino por nuestra demencia.
Hace poco llegó inesperadamente a mis manos el excelente CD de Comfuzztible. Una de las cosas más curiosas de este grupo de rock es que sus letras no sólo tocan temas y sitios arequipeños (el smog del centro histórico, la laguna de Tingo), sino que se remiten a la “herencia rockera mistiana”, con el sugestivo reciclaje de los Texao, ese grupo que fue un hito regional a fines de los sesenta. Este enfoque localista, que puede parecer anecdótico, es en realidad significativo. Una de las características de los sucesos artísticos intrascendentes es su frívolo desarraigo. Con demasiada frecuencia vemos músicos (y poetas y pintores) que únicamente son leales a una fórmula enlatada del éxito. Son los noveleros, los que están obsesivamente al tanto de las últimas tendencias en las grandes capitales (por medios ahora tan accesibles), y que tratan patéticamente de calcar, de usar el lenguaje “de esos”, de moverse a la manera “de esos”, de ser “uno de esos”. Por eso resulta inteligente y genuinamente audaz la postura de Comfuzztible, que se proyecta hacia adelante con los pies bien puestos en la tierra (en su tierra). En estos tiempos en que la era digital hace girar cada segundo la rueda de lo aleatorio generando nuevas variaciones sobre los temas de siempre uno se pregunta cómo es que justamente aquí en la telúrica Arequipa, cuna de tantos pésimos bailarines, nació este grupo con un sonido tan ágil, tan poco serrano. Uno puede hasta imaginarlos rodeados de chicas que mueven largas piernas desnudas sobre las arenas de la dimensión desconocida. Y es que lo arequipeño no es necesariamente lo que tendría que ser (de acuerdo a algún viejo teorema) lo arequipeño. Porque a la hora de interpretar códigos culturales lo más evidente suele ser el camino a huecos estereotipos. Lo que somos es algo que siempre se presenta con una estimulante dosis de sorpresa, casi de revelación. Y si prestamos atención a esta alentadora propuesta de los de Comfuzztible nos damos cuenta que el rock de los sesenta y setenta, con su derroche de energía eléctrica, con sus alegres imprecisiones, con su excitación quintaesencialmente adolescente no fue sólo una etapa, sino que fue el indiscutible umbral de este nuevo mundo. Por eso esta revisión de aquel viejo sonido, con sus ya arcaicos instrumentos de grueso trazo, no nos parece un simple acto de nostalgia, ni siquiera un arrebato posmoderno de encubierta ironía, sino más bien un revitalizador uso de la máquina del tiempo para recalar en una etapa, para reencontrar un tipo de música históricamente decisiva.

¿Dónde están los buenos?

  Durante décadas se fue constituyendo la idea de que la víctima emblemática y mediática universal eran los judíos. Miles de libros y pelícu...