miércoles, agosto 24, 2005

Los profesionales de la desdicha


La segunda gran patria de los infelices profesionales es el narcisismo. El narcisismo es una consecuencia del asombro de sí mismo, de la fascinación con la propia persona. El narcisismo agudiza nuestra mente y finalmente nos revela que la única persona digna de ser amada con pasión es uno mismo. El narcisista no ama a su prójimo no por alguna imperfección en su cristianismo. El narcisista no consigue interesarse en las otras personas. El narcisista sólo ejerce sus poderes de seducción para colectar el tributo del amor y la admiración de los otros. Como es natural, dice el viejo Russell, la vanidad, cuando transpone ciertos límites, mata el placer de toda actividad espontánea y conduce fatalmente a la indiferencia y al aburrimiento.
El tercer domicilio de los desventurados es la megalomanía. El megalómano sabe que el poder es mejor negocio que el amor. Entonces prefiere ser temido a ser amado. Como reconoce Russell el éxito de los megalómanos depende del alcance de su sentido de la realidad. Y, cuando finalmente consigue coronarse, advierte no sin desconcierto que la extensión de su meta aumenta en proporción a sus logros. El megalómano está condenado por su ansia de divinidad (opuesta a su naturaleza) y será gratificado con el vacío y la soledad químicamente pura. El matemático inglés concluye: no hay satisfacción definitiva en el desarrollo de un elemento de la naturaleza humana a expensas de todos los demás. No hay satisfacción en considerar al mundo como la materia prima para la magnificencia del propio yo.

La herida más hermosa del mundo

El gesto de sorpresa ante el fenómeno de la existencia tiene muchas formas ¿Entre tantas opciones por qué un genio de provincias eligió la i...